Los cuidadores tienen que responder a determinadas demandas, esfuerzos y tensiones derivadas del cuidado que repercuten tanto en ellos como en su entorno, produciéndose cambios en diferentes ámbitos de su vida cotidiana:
- Cambios en las relaciones familiares.
- Cambios emocionales.
- Cambios sobre la salud.
- Consecuencias laborales.
- Dificultades económicas.
- Disminución de las actividades de ocio.
- Sentimientos de culpabilidad.
Además, una persona no se convierte en cuidadora de un día para otro, si no que existe un periodo de adaptación con una serie de fases:
- Negación. Es habitual que el cuidador niegue a aceptar que su familiar padece una enfermedad (o varias) por las que va a necesitar ayuda de otras personas. Por ello, es frecuente en los inicios del proceso, utilizar la negación como medio para controlar miedos y ansiedades.
- Búsqueda de información que acarrea sentimientos difíciles. A medida que el cuidador va aceptando la realidad, comenzará a buscar información en un intento de aprender lo máximo posible acerca del trastorno (o trastornos) que sufre su familiar y sus posibles causas. Aquí, son muy comunes los sentimientos de malestar (como el enfado, la rabia y/o la frustración) por la injusticia que supone que les haya «tocado» vivir esa situación. Sobrellevarlos sin medios adecuados para expresarlos puede ser perjudicial para la persona.
- Reorganización. Estos sentimientos de ira y enfado pueden mantenerse, la persona que cuida se da cuenta de las nuevas responsabilidades que suponen. Sin embargo, va ganando cierto control para afrontar las dificultades del cuidado.
- Resolución. En este periodo los cuidadores son más capaces de manejar con éxito las demandas de la situación, sin embargo, no todos los cuidadores alcanzan esta nueva fase.